Golf para Dummies #1: En defensa del deporte

Por: Carlos Jiménez // @CarlosAJime

Ante usted, señor lector, me permito hacer hoy una defensa sistemática, a capa y espada, del golf como deporte….

Mucho se habla de los beneficios que genera la práctica de una actividad deportiva, acompañada de una dieta balanceada, algo que además de ser buenísimo para la salud, tiene innumerables bondades como lo son: mantener los niveles de grasa y colesterol equilibrados y una disminución de talla, representada en peso y masa corporal, lo cual hasta ahí es apenas lógico.

Sin embargo, en esta ocasión mi defensa obedece a las conversaciones casuales con neófitos golfistas otrora eruditos en las ciencias de la educación física y afines, quienes aseveran con firmeza y mofa, que durante la práctica de este deporte, por no sudar a chorros ni tener una descompensación de azúcar, el mismo no es una disciplina físicamente exigente, de la cual no se alcanzan a imaginar lo mentalmente rigurosa que es.

Cuando juego golf, que básicamente es los fines de semana -preferiblemente los sábados-, termino mi ronda después del mediodía, es decir, 6 horas después de un madrugón terrible, algo que me deja completamente extenuado y, todavía más, si ese día “di palo”.

Y es que jugar es una actividad exigente, que demanda un esfuerzo para nada despreciable y que tanto en mi casa, en las reuniones  de amigos  o en el trabajo, son cuestiones completamente ignoradas, donde eso que hago es  despreciado como ejercicio.  

El raciocinio y la conversación se han tenido varias veces, pero vale la pena recordarlos para quienes no lo han oído: los 18 hoyos del campo tienen en promedio de 6500 yardas, claro, en  línea recta. Pero como usted no es ni Jason Day ni Bubba Watson, entonces no jugará por el centro del fairway siempre, ni cogerá todos los greenes en regulación; mucho menos leerá correctamente todas las caídas, lo que adiciona aproximadamente un 25 por ciento más de distancia y esfuerzo, convirtiendo así su tranquilo paseo en una caminata de cerca de 7 kilómetros y medio, recorridos a pie, a buen paso. Esto es lo equivalente a marchar 75 veces la longitud de un campo de fútbol profesional con diferentes pendientes, lo cual sumado a la práctica y ejecución de no menos de 300 swings, acompañados de 150 cuclillas, en promedio, resulta bastante valorable en términos de pérdida de calorías.

Pero el juego no es sólo eso, porque si hay algo que realmente exige al jugador, es la cabeza, con lo que no me refiero precisamente a dejarla quieta al momento del impacto con la bola, sino básicamente a la capacidad del golfista de responder y recuperarse ante una situación de riesgo o frustración, como tener un lago de frente o recuperarse tras la mediocre ejecución de un tiro (un “sapo”).

Y si a eso se le suma que más allá de las “buenas sensaciones” en el campo de práctica, de tener una rutina casi memorizada y de no fallar ninguna bola antes de dirigirse hacia el tee del uno, sigue siendo bastante factible que ante el primer triple bogey o gancho al out comenzando segunda vuelta,  la fe en sí mismo ya no sea la del comienzo y, de hecho, decaiga notablemente, con posibilidades de caer al vacío: es aún más claro el ejercicio mental que se debe realizar.   

De esta forma concluyo mi argumento en esta defensa, con la que quiero que entendamos todos, pero sobre todo usted amigo lector, que la disciplina descrita es exigente a todo nivel, sin  facultades aeróbicas como para pensar que es equivalente al atletismo o al ciclismo, pero que sí requiere una práctica y preparación mental muy seria y orientada. Claro está, dicha situación sólo aplica partiendo de la hipótesis de que usted quiera mejorar su hándicap y dejar de ser así el “machaco” que probablemente sea.

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